Unetane Tokef (ונתנה תקף)

LA HISTORIA DE RABI AMNON – AUTOR DE “UNETANE TOKEF”-

Rabí Amnón vivió hace más de ochocientos años, en la ciudad germana de Maintz (Maguncia). Judíos y gentiles lo honraban por su gran erudición y piedad. Hasta el duque de Hessen, que regía ese territorio, admiraba a Rabí Amnón por su sabiduría. Lo invitaba a su palacio con frecuencia, requería su consejo en asuntos de estado. Rabí Amnón jamás aceptó retribuciones por su trabajo.

Eventualmente, acudía al duque para abolir algún decreto adverso a los judíos, y en general, para facilitar una vida tranquila y próspera a sus hermanos. El duque siempre accedía a los pedidos del rabí, y la comunidad de Maintz conoció años de paz y alegría. Con el correr del tiempo, sin embargo, los otros consejeros del duque empezaron a sentir celos de Rabí Amnón. Entre los envidiosos se destacaba el secretario del duque, quien no podía ver los honores que éste rendía al Rabí sin sentirse disminuido e infeliz él mismo. Impulsado por estos sentimientos, comenzó a buscar maneras de desacreditar al erudito.

Finalmente, propuso al duque:

- Sire, ¿por qué no persuadir a Rabí Amnón a convertirse al catolicismo? Indudablemente, considerando el honor y los favores recibidos de vuestra generosa mano, estará dispuesto a abandonar su fe y aceptar la vuestra.

Al duque le complació la idea. Cuando Rabí Amnón se presentó en el palacio, al día siguiente, le dijo:

- Mi buen amigo, sé que fuiste leal por muchos años. Ahora quiero pedirte un favor personal. Abandona tu fe y conviértete en un buen cristiano como yo. De hacerlo, tendrás honores y riquezas como ningún otro. Después de mí, serás el más poderoso en estas tierras.

Durante unos minutos hubo solo silencio.

Rabí Amnón no encontraba palabras para responder. Por fin dijo:

- ¡Ilustre monarca! Te he servido durante muchos años y mi condición de judío nunca interfirió en mi lealtad hacia vos. Por el contrario, mi fe me enseña a ser fiel a la tierra que habito y a su gobierno. Estoy dispuesto a sacrificar todo lo que tengo, aún mi propia vida, por vos o por el Estado. Pero hay una sola cosa que no puedo abandonar: mi fe. ¿Quieres acaso que traicione a mi pueblo, a mi Di-s? ¿Querrías por servidor a un hombre que no tiene respecto por su religión y por sí mismo? si traicionara a mi Di-s, ¿podrías confiar en que no te traicionaré también a ti? No puedo creer que la propuesta sea sería, seguramente el duque bromea.

El duque respondió con una negativa, pero sin gran convicción, puesto que íntimamente, la respuesta del Rabí Amnón lo había impresionado mucho. De todos modos, muy incómodo, empezó a frecuentar el palacio lo menos posible; pero un día, el duque, impaciente por la obstinación de su consejero judío, lo intimó a convertirse de una vez o aceptar las consecuencias. Forzado a elegir, Rabí Amnón pidió un plazo de tres días para considerarlo. Apenas salió del palacio, Rabí Amnón se dio cuenta de lo que había hecho.

- Querido Di-s –penso- ¿qué hice? ¿Me falta fe y coraje para responder? ¿Acaso necesito pensarlo? ¿Pude haber más de una respuesta? ¿Cómo pude mostrar tal debilidad, aunque sea por un momento? Di-s, por favor ¡perdóname!

Rabí Amnón llegó a casa con el corazón destrozado. Se recluyó en su habitación y pasó los tres siguientes días entregado a la plegaria, rogando a Di-s perdón por la debilidad que lo dominara frente al duque. Al tercer día, viendo que Rabí Amnón no se presentaba, el duque ordenó a sus hombres traerlo encadenado. Cuando lo presentaron ante él, apenas pudo reconocerlo, tanto había cambiado en esos días. El duque se apuró a rechazar cualquier sentimiento de piedad o simpatía por quien había sido su amigo y lo amenazó.

- ¿Cómo te atreviste a desobedecerme y no presentarte en el momento convenido? Espero, por tu bien, que hayas decidido actuar como te lo recomendé.

Aunque la fuerza física lo había abandonado, Rabí Amnón era ahora dueño de un espíritu inquebrantable.

- Sire –dijo- no puede haber más que una respuesta: mientras respiré seré un judío fiel.

El duque estaba fuera de sí.

- Ya no es cuestión de convertirse. Desobedeciste mis órdenes al no presentarte ante mí y mereces un castigo.

- Sire, -repuso Rabí Amnón- al pedir tres días de plazo pequé gravemente contra mi Di-s. Quisiera decretar mi castigo: mi lengua pecó ¡qué sea cortada!

La respuesta agregó fuego a la cólera del duque:

- Por pecar contra tu Di-s –vociferó- que Él tome venganza por sí mismo. Yo te castigaré por desobedecer mis órdenes. Tus piernas pecaron al no venir hacia mí. Se te cortarán las piernas y los brazos.

A medida que le cortaban cada dedo le volvían a preguntar: - “¿Aceptas ya convertirte a nuestra religión? Y Rabí Amnón contestaba un firme: “¡NO!”

El cuerpo mutilado del santo Rabí fue conducido de regreso a su hogar. Era la víspera de Rosh Ha'Shanâh. Al día siguiente, a pesar de su agonía, Rabí Amnón pidió ser transportado a la Sinagoga. Quiso que lo colocaran al lado del oficiante, frente al Arca Sagrada. Los presentes, hombres, mujeres y niños rompieron en desconsolado llanto al ver a su querido Rabí en ese estado. Las oraciones de Rosh Ha'Shanâh se recitaron, ese año, con más devoción que nunca.

Cuando el Jazán se disponía a comenzar a recitar la Kedushá de Musaf, Rabí Amnón pidió que le dejaran santificar el Nombre de Di-s. Rabí Amnón recito entonces una plegaria que comienza con las palabras “Unetane Tokef” y la Congregación repitió con él, palabra por palabra. Después, en la oración de “Aleinú”, al llegar a las palabras: “Él es nuestro Di-s y no hay otro”, las pronunció con un grito y devolvió su alma a Di-s.

Después de fallecido Rabí Amnón se le apareció en sueños a Rabí Klonimus, hijo de Rabí Meshulam y le enseño la plegaria de “Unetane Tokef”, pidiéndole que la difunda. Actualmente “Unetane Tokef” forma parte de las plegarias de Rosh Ha'Shanáh y de Yom Kipúr [entre los ashkenazím] y es una de las oraciones más solemnes de ese día. El espíritu de su autor, Rabí Amnón, es la fuente de inspiración que todos necesitamos.

“Proclamemos el vigor de la santidad de este día, pues terrible y temeroso es éste. En él se alzará Tu reinado y se establecerá, con bondad. Tu trono, sobre el que Te sentarás con verdad.

 

Es verdad que Tú eres un Juez, eres Quien reprende. Quien conoce y es testigo. Escribes, sellas, cuentas y calculas. Tú recordarás todo lo olvidado, abrirás el libro de las memorias, y de él será leído, estando con él la firma de cada hombre. El Gran Shofar se hará sonar y el sonido de un suave lamento se oirá. Los ángeles temblarán y presa de miedo y temblor dirán: “¡He aquí el día del juicio –cuando se llamará al ejército Celestial al juicio” pues no saldrán meritorios ante Tus ojos en el juicio y todas las criaturas del mundo desfilarán delante Tuyo como un rebaño –que lo hace pasar bajo su cayado– así harás desfilar, contarás y calcularás, recordarás al alma de cada ser viviente, fijarás su parte a todas Tus criaturas, escribiendo Su veredicto.

 

En Rosh ha'Shanáh han de ser inscriptos, y en el día de ayuno de [Yom] Kipur serán sellados: Cuántos pasarán [de este mundo] y cuántos serán creados. Quién ha de vivir y quién ha de morir. Quien [morirá] en su debida fecha y quién antes de tiempo. Quién en el agua, quién en el fuego, quién con la espada, quién por la fiera, quién por el hambre, quién por la sed, quién por el terremoto, quién en la epidemia, quien ahorcado y quién lapidado. Quién será sedentario y quién nómade. Quién hallará tranquilidad y quién saldrá de su juicio. Quién hallará la paz y quién sufrirá. Quién empobrecerá y quién enriquecerá. Quién caerá y quién se levantará.

 

¡Más la Teshuváh [“arrepentimiento”- ayuno], la Tefiláh [“plegaria” - voz] y la Tzedakáh [“caridad” - dinero] anulan el mal decreto!”

“Unetané tókef kedushát haióm ki hu norá veaióm, uvó tinasé veteishév aláv beemét.

 

 

 

Emét ki atá hu daián umojíaj veiodéa vaéd, vejotév vejotém vesofér umoné, vetizkór kol hanishkajót, vetiftáj et séfer hazijronót, umeeiláv ikaré, vejotám iád kol Adám bo, uvashofar gadól itaká, vekól demamá daká ishamá, umalajím iejaféizun, vejíl ureadá iojéizun, veiomrú hiné ióm hadín, lifkod al tzva marón badín, ki lo izkú veeinéja badín. Vejól baél olám iaavrúm lefanejá kivnéi marón”.

[Jazán: “Kevakarát roé edró, maavír tzonó tájat shivtó, ken taavír vetispór vetimné, vetifkód néfesh kol jái, vetajtój kitzvá lejól biriotéja, vetijtóv et guezár dinám”]

 

 

 

 

 

 

“BeRósh Ha'Shaná ikatéinu, uve'Yóm Tzom Kipúr iejatéimun, kamá iaavrúm, vejamá ibaréiun, mi ijié umí iamút. Mi vekitzó umí lo vekitzó, mi vamáim, umí vaésh, mi vajérev, umí vajaiá, mi varaáv, umí vatzamá, mi varáash, umí vamagueifá. Mi vajaniká, umí vaskilá. Mi ianúaj umí ianúa, mi ishakét umí itaréf, mi ishalév umí itiasár, mi ieaní umí ieashér, mi ishafél umí iarúm.

 

 

 

 

 

 

 

 

U'tshuvá, U'Tfilá, U'Tzdaká, maavrím et róa hagzeirá”

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"Moshé recibió la Torá en Sinái. Y la transmitió a Iehoshúa, y Iehoshúa a los Zeqením, y los Zeqením a los Neviím, y los Neveiím la entregaron a los hombres de la Gran Asamblea" (Tratado Avot).