RELATOS DE JANUKÁ

Nueva Luz

Si echamos un vistazo a los eventos actuales, nos sorprenderemos. La historia de una pequeña luz expulsando al imperio de la oscuridad, la sensibilidad humana desafiando el terror y la fuerza bruta, la vida y el desarrollo luchando contra la destrucción. Esta batalla sigue vigente, está en nuestras vidas, y en el mundo que nos rodea. La victoria de la “Luz” sobre la oscuridad es el mega drama cósmico, es la historia en curso.
Esta victoria ocurre anualmente en cada solsticio de verano (en el hemisferio sur) y a la puesta del sol de cada día. Se encuentra en cada decisión que tomamos para hacer el bien en contra de la maldad, ser bueno donde hay crueldad, y construir donde otros destruyen. Janucá es más que una festividad; es un viaje espiritual de ocho días. Muchos conocen la historia de Janucá, el triunfo de un pequeño grupo de judíos enfrentando a sus opresores helénicos y una pequeña vasija de aceite que milagrosamente se utilizó para encender la Menorá del Templo durante ocho días. El espíritu de Janucá se experimenta cuando aplicamos su alegría, calor y luz a nuestras vidas diarias y no sólo influenciamos a nuestros seres queridos sino también al mundo entero.

Mensaje basado en las enseñanzas del Rebe de Lubavitch

Un Milagro ocurrió

Si bien Alejandro Magno hizo las paces con Jerusalem, estábamos obligados a pagar tributo al imperio griego. Entonces, un megalomaníaco llamado Antíoco Epífanes alcanzó el poder. Él saqueó el sagrado Templo de Jerusalem y prohibió la circunsición, el Shabat y los Tefilin, básicamente, prohibió todo aquello que tenía que ver con la identidad judía y nuestra relación con un único Di-s. Muchos judíos desafiaron estos decretos y murieron como mártires. Finalmente, cuando Antíoco colocó estatuas de Zeus en las ciudades y demandó de la gente que las adoren, una familia sacerdotal de la dinastía Jashmonea se levantó en armas. Se hacían llamar los Macabeos. El milagro ocurrió, a pesar de ser un puñado de campesinos contra el ejército de un imperio, ellos vencieron. Finalmente ellos lograron echar a los griegos de Jerusalem, limpiaron el profanado Templo y declararon la independencia.
Cuando los Macabeos recapturaron Jerusalem y entraron al Sagrado Templo, encontraron un gran desorden. Se dedicaron a limpiar el Templo y lo reinauguraron. La Menorá de oro de 1,80 metros debía ser encendida con aceite de oliva puro, no profanado por aquellos que son ritualmente impuros. Todo el aceite del Templo había sido profanado por los griegos. Entonces el milagro ocurrió: Se encontró una vasija de aceite de oliva puro escondida bajo el piso, sellada con la insignia del Sumo Sacerdote. Si bien era una sola vasija con aceite suficiente solo para una noche, éste ardió durante ocho días.  

Transformando las armas en Luz

Janucá, llamada la “fiesta de las luces”, está relacionada con las luces de la Menorá. Fue aproximadamente hace 2100 años que un pequeño grupo de judíos se sobrepuso al régimen griego-asirio que dominaba en Israel y triunfó . Cuando los judíos entraron a Jerusalem, reencendieron el candelabro o Menorá del Templo que milagrosamente estuvo encendido por ocho días. Recuerdo, que hace 35 años, cuando vivía en una zona tranquila de Brooklyn, no existía allí la violencia, los robos ni los secuestros; pero una vez eso se acabó, y fue justamente en la época de Janucá. Un primo adolescente había escapado de Europa durante la Segunda Guerra Mundial y se había alistado en la marina Norteamericana. Convenció a quienes lo habían reclutado en la marina de Su voluntad y disposición de luchar contra el enemigo. “Hitler no solo es el enemigo de los judíos; sino es enemigo de la democracia”, declaró.

Después de la guerra empezó a fabricar hebillas para los cinturones usados por las fuerzas armadas. Su chiste favorito era:  Sin mí los hombres no podrían ir a la guerra, porque se le caerían los pantalones” Uno de sus hijos decidió involucrarse con las causas judías. Por las noches trabajaba en una farmacia, ayudando en las entregas. Una noche muy tarde, llegó un encapuchado pidiendo algunas drogas; antes que el farmacéutico pudiera conseguirle las drogas, el encapuchado entró en pánico y le disparó a sangre fría al hijo de mi primo. La policía del área estaba totalmente sorprendida, un asesinato sin sentido en una de las mejores zonas, un lugar donde nunca había ocurrido un crimen. Los vecinos estaban compungidos. Como imaginar a alguien llegando a su tranquilo vecindario para matar un joven que empezaba a vivir.

Activistas de todas partes de la ciudad vinieron al funeral hablaron a favor de la familia y pidieron una investigación. Sin embargo, después de que cesara todo el bullicio, el asesino nunca fue capturado. Pensé que la familia nunca se recuperaría de esa tremenda pérdida. Pasaron muchos años antes que viera de nuevo a mi primo. Estaba trabajando produciendo en masa municiones para rifles, armas semi automáticas y otras armas destructivas. Después de la insensata muerte de su hijo, su trabajo dejó de satisfacerlo y empezó a explorar nuevas posibilidades. Me preguntaba que estaría haciendo y como había logrado enfrentar ese inmenso dolor.

En viaje reciente que hice a Nueva York, recorrí varias tiendas judaicas en las cuales me encontré con innumerables tipos de janukiot -candelabros. Algunas eran de plata, otras de cerámica o metal. De repente vi una Menorá que no había visto nunca antes. Era un pedazo de metal ancho sobre una base particular con lugar para las ocho velas. Cuando me acerque más, me di cuenta que los porta velas no estaban hechos de un material usual, sino de un cobre pesado. Examinándolos un poco más, me sorprendió darme cuenta que se trataba de proyectiles M14. La base de la Menorá era uno de esos esqueletos de antiaéreos que se usan para partir armaduras. Finalmente aquí encontré un candelabro hecho de objetos bélicos transformado en un objeto de armonía y esperanza. Pensé ¿quién pudo haber hecho ese candelabro?. Decidí comprarlo, pero no estaba a la venta. La menorá sería una lección para los negociadores de armas que ahora producían porta velas y candelabros que traerían luz al mundo. Ese candelabro fue creado por mi primo. ¡El papá del joven asesinado! Si sólo supiéramos transformar las armas en candelabros, que brillante y milagroso Janucá tendríamos!

 

Rabino Bit Hecht

Otro milagro de Aceite

Abraham Pinjas vivía hace 100 años en Bagdad. El adinerado comerciante judío tenía siempre la mesa llena de invitados, pero este Shabat sólo tenía uno, un pobre que había invitado en la sinagoga. El invitado se intimidó por la riqueza: las alfombras Persas, la vajilla y las paredes bellamente decoradas. Sólo una cosa lo dejó perplejo: en medio de la mesa había una vieja botella rota, vacía. El Sr. Pinjas notó el interés de su invitado y le contó la siguiente historia:

Mi padre era un hombre de negocios respetado, pero siempre estaba ocupado y me dejó al cuidado de mi abuelo. Todas las mañanas mi abuelo me despertaba, lavaba mis manos, decía las bendiciones de la mañana  conmigo. Antes de partir a la escuela, me besaba en la frente, levantaba sus manos y decía: “Va’ani ana ani ba” [ “Y yo, dónde  iré? ‘(Génesis 37:30)]. Esto es lo que Reuven clamó cuando descubrió que Iosef ya no estaba en el pozo y era imposible salvarlo. Pero no tenía idea de por qué lo decía.

Cuando tenía 14 años, mi abuelo falleció. Empecé a acompañar a mi padre a trabajar. Él intentó asegurarse de que yo rezara y estudiara Torá, pero siempre estaba muy ocupado. Me fasciné con su negocio y no presté atención a mis estudios.

Dos años después, mi padre murió. Ahora estaba solo y tenía que decidir qué hacer con el negocio. Tenía la opción de venderlo, o probar mi suerte como gerente. Contra el consejo de los abogados, escogí lo último. Me sentí como un pez en el agua. Tuve éxito. Pero empecé a sentirme fuera de lugar como judío observante. Sentía que cuidar Shabat y comer kasher me impedían extender mi negocio. Despacio descubrí que cuantas más mitzvot dejaba de lado, más exitoso me volvía. Pasaron varios años. Un día, estaba paseando por la calle cuando noté que un muchacho judío, quizás de 13 años, estaba sentado en la acera llorando. Le pregunté qué estaba mal. “Gracias, señor” dijo “pero esto es algo que sólo judíos entenderían” Sus palabras me apuñalaron en el corazón. “Yo también soy judío…” tartamudeé.

“Lo siento” contestó, “no quise ofenderlo”. Somos muy pobres…  Mi padre murió hace poco y mi madre trabaja para mantener a mis seis hermanos. Esta mañana mi madre nos dijo que esta noche es Janucá. Pedimos un milagro, para poder encontrar dinero para comprar el aceite. ¡Estábamos tan contentos cuando mi hermana halló una moneda detrás de un cajón! Corrí a la tienda y compré una botella pequeña de aceite. Sostenía la botella y soñaba con Janucá. Imaginaba que el Mashíaj podría venir ahora, y mi madre sonreiría de nuevo. Desgraciadamente, tropecé. Miré con horror como la botella voló de mis manos y aterrizó en una piedra. Se rompió, y todo el aceite se volcó. “¡Va’ani ana ani ba!” Con estas palabras, el muchacho se lamentó. De repente comprendí lo que mi abuelo había querido decir. Él sabía que esto pasaría. ¡Esa botella rota soy yo! ¡Y el aceite volcado es mi alma judía – había perdido mi alma judía! Como en una catalepsia, saqué dinero de mi bolsillo y lo di al muchacho. “¡Vuelve a la tienda, y compra lo que quieras, y que tengan un feliz Janucá!”

Después recogí la botella y la llevé casa. Me quedé de pie, mirándola y llorando. Pensé: “Un judío no puede perder su alma judía” Estoy seguro que todavía está allí. Saqué la Menorá de mi abuelo del armario, lo desempolvé, encontré un poco de aceite y una mecha y encendí la primera vela de Janucá. Su luz me hizo sentir vivo. Decidí que la próxima mañana empezaría a colocar los Tefilín. La noche siguiente encendí dos velas y decidí que de hoy en adelante sólo comería kasher. La tercera noche, decidí empezar a estudiar Torá. La noche después de eso tomé la decisión de observar Shabat. A finales de Janucá era un nuevo hombre. Las luces de Janucá me habían salvado. “Por eso, guardo la botella rota: para recordar cómo el milagro del aceite salvó mi vida”

(de Ohr Tmimim)

 

Abraham Pinjas vivía hace 100 años en Bagdad. El adinerado comerciante judío tenía siempre la mesa llena de invitados, pero este Shabat sólo tenía uno, un pobre que había invitado en la sinagoga. El invitado se intimidó por la riqueza: las alfombras Persas, la vajilla y las paredes bellamente decoradas. Sólo una cosa lo dejó perplejo: en medio de la mesa había una vieja botella rota, vacía. El Sr. Pinjas notó el interés de su invitado y le contó la siguiente historia: Mi padre era un hombre de negocios respetado, pero siempre estaba ocupado y me dejó al cuidado de mi abuelo. Todas las mañanas mi abuelo me despertaba, lavaba mis manos, decía las bendiciones de la mañana  conmigo. Antes de partir a la escuela, me besaba en la frente, levantaba sus manos y decía: “Va’ani ana ani ba” [ “Y yo, dónde  iré? ‘(Génesis 37:30)]. Esto es lo que Reuven clamó cuando descubrió que Iosef ya no estaba en el pozo y era imposible salvarlo. Pero no tenía idea de por qué lo decía. Cuando tenía 14 años, mi abuelo falleció. Empecé a acompañar a mi padre a trabajar. Él intentó asegurarse de que yo rezara y estudiara Torá, pero siempre estaba muy ocupado. Me fasciné con su negocio y no presté atención a mis estudios. Dos años después, mi padre murió. Ahora estaba solo y tenía que decidir qué hacer con el negocio. Tenía la opción de venderlo, o probar mi suerte como gerente. Contra el consejo de los abogados, escogí lo último. Me sentí como un pez en el agua. Tuve éxito. Pero empecé a sentirme fuera de lugar como judío observante. Sentía que cuidar Shabat y comer kasher me impedían extender mi negocio. Despacio descubrí que cuantas más mitzvot dejaba de lado, más exitoso me volvía. Pasaron varios años. Un día, estaba paseando por la calle cuando noté que un muchacho judío, quizás de 13 años, estaba sentado en la acerallorando. Le pregunté qué estaba mal. “Gracias, señor” dijo “pero esto es algo que sólo judíos entenderían” Sus palabras me apuñalaron en el corazón. “Yo también soy judío…” tartamudeé. “Lo siento” contestó, “no quise ofenderlo”. Somos muy pobres…  Mi padre murió hace poco y mi madre trabaja para mantener a mis seis hermanos. Esta mañana mi madre nos dijo que esta noche es Janucá. Pedimos un milagro, para poder encontrar dinero para comprar el aceite. ¡Estábamos tan contentos cuando mi hermana halló una moneda detrás de un cajón! Corrí a la tienda y compré una botella pequeña de aceite. Sostenía la botella y soñaba con Janucá. Imaginaba que el Mashíaj podría venir ahora, y mi madre sonreiría de nuevo. Desgraciadamente, tropecé. Miré con horror como la botella voló de mis manos y aterrizó en una piedra. Se rompió, y todo el aceite se volcó. “¡Va’ani ana ani ba!” Con estas palabras, el muchacho se lamentó.  De repente comprendí lo que mi abuelo había querido decir. Él sabía que esto pasaría. ¡Esa botella rota soy yo! ¡Y el aceite volcado es mi alma judía – había perdido mi alma judía!  Como en una catalepsia, saqué dinero de mi bolsillo y lo di al muchacho. “¡Vuelve a la tienda, y compra lo que quieras, y que tengan un feliz Janucá!”  Después recogí la botella y la llevé casa. Me quedé de pie, mirándola y llorando. Pensé: “Un judío no puede perder su alma judía” Estoy seguro que todavía está allí. Saqué la Menorá de mi abuelo del armario, lo desempolvé, encontré un poco de aceite y una mecha y encendí la primera vela de Janucá.  Su luz me hizo sentir vivo. Decidí que la próxima mañana empezaría a colocar los Tefilín. La noche siguiente encendí dos velas y decidí que de hoy en adelante sólo comería kasher. La tercera noche, decidí empezar a estudiar Torá. La noche después de eso tomé la decisión de observar Shabat. A finales de Janucá era un nuevo hombre. Las luces de Janucá me habían salvado.   “Por eso, guardo la botella rota: para recordar cómo el milagro del aceite salvó mi vida”(de Ohr Tmimim) sólo tenía uno, un pobre que había invitado en la sinagoga. El invitado se intimidó por la riqueza: las alfombras Persas, la vajilla y las paredes bellamente decoradas. Sólo una cosa lo dejó perplejo: en medio de la mesa había una vieja botella rota, vacía.

El Sr. Pinjas notó el interés de su invitado y le contó la siguiente historia:
Mi padre era un hombre de negocios respetado, pero siempre estaba ocupado y me dejó al cuidado de mi abuelo. Todas las mañanas mi abuelo me despertaba, lavaba mis manos, decía las bendiciones de la mañana conmigo. Antes de partir a la escuela, me besaba en la frente, levantaba sus manos y decía: “Va’ani ana ani ba” [ “Y yo, dónde iré? ‘(Génesis 37:30)]. Esto es lo que Reuven clamó cuando descubrió que Iosef ya no estaba en el pozo y era imposible salvarlo. Pero no tenía idea de por qué lo decía. Cuando tenía 14 años, mi abuelo falleció. Empecé a acompañar a mi padre a trabajar. Él intentó asegurarse de que yo rezara y estudiara Torá, pero siempre estaba muy ocupado. Me fasciné con su negocio y no presté atención a mis estudios. Dos años después, mi padre murió. Ahora estaba solo y tenía que decidir qué hacer con el negocio. Tenía la opción de venderlo, o probar mi suerte como gerente. Contra el consejo de los abogados, escogí lo último.

Me sentí como un pez en el agua. Tuve éxito. Pero empecé a sentirme fuera de lugar como judío observante. Sentía que cuidar Shabat y comer kasher me impedían extender mi negocio. Despacio descubrí que cuantas más mitzvot dejaba de lado, más exitoso me volvía. Pasaron varios años. Un día, estaba paseando por la calle cuando noté que un muchacho judío, quizás de 13 años, estaba sentado en la acera llorando. Le pregunté qué estaba mal. “Gracias, señor” dijo “pero esto es algo que sólo judíos entenderían” Sus palabras me apuñalaron en el corazón. “Yo también soy judío…” tartamudeé. “Lo siento” contestó, “no quise ofenderlo”. Somos muy pobres… Mi padre murió hace poco y mi madre trabaja para mantener a mis seis hermanos. Esta mañana mi madre nos dijo que esta noche es Janucá. Pedimos un milagro, para poder encontrar dinero para comprar el aceite. ¡Estábamos tan contentos cuando mi hermana halló una moneda detrás de un cajón! Corrí a la tienda y compré una botella pequeña de aceite. Sostenía la botella y soñaba con Janucá. Imaginaba que el Mashíaj podría venir ahora, y mi madre sonreiría de nuevo. Desgraciadamente, tropecé. Miré con horror como la botella voló de mis manos y aterrizó en una piedra. Se rompió, y todo el aceite se volcó. “¡Va’ani ana ani ba!” Con estas palabras, el muchacho se lamentó. De repente comprendí lo que mi abuelo había querido decir. Él sabía que esto pasaría. ¡Esa botella rota soy yo! ¡Y el aceite volcado es mi alma judía – había perdido mi alma judía!

Como en una catalepsia, saqué dinero de mi bolsillo y lo di al muchacho. “¡Vuelve a la tienda, y compra lo que quieras, y que tengan un feliz Janucá!” Después recogí la botella y la llevé casa. Me quedé de pie, mirándola y llorando. Pensé: “Un judío no puede perder su alma judía” Estoy seguro que todavía está allí. Saqué la Menorá de mi abuelo del armario, lo desempolvé, encontré un poco de aceite y una mecha y encendí la primera vela de Janucá. Su luz me hizo sentir vivo. Decidí que la próxima mañana empezaría a colocar los Tefilín. La noche siguiente encendí dos velas y decidí que de hoy en adelante sólo comería kasher. La tercera noche, decidí empezar a estudiar Torá. La noche después de eso tomé la decisión de observar Shabat. A finales de Janucá era un nuevo hombre. Las luces de Janucá me habían salvado. “Por eso, guardo la botella rota: para recordar cómo el milagro del aceite salvó mi vida”

 

(de Ohr Tmimim)

Una Menoráh única

El soldado W. marchó junto al Ejército de los Estados Unidos a Europa al final del Segunda Guerra Mundial. Su unidad fue asignada a un pueblo con la orden de afianzar la tranquilidad en la villa y buscar cualquier Nazi oculto. Además, ayudar a los lugareños como pudieran. El soldado estaba patrullando una noche cuando vio a un muchacho que atravesaba un campo de las afueras del pueblo. “Detente o disparo” gritó. El muchacho se agachó detrás de un árbol. El soldado esperó pacientemente.

El jovencito salió. Figurándose que el soldado se había ido, el muchacho fue cerca de un árbol grande y empezó a excavar. W. esperó hasta que el muchacho terminó de escarbar. Salió y gritó, “¡Detente o disparo”! El chico corrió pero el soldado decidió no disparar. En cambio, siguió la figura furtiva. Alcanzó al muchacho y lo asió. En la lucha, el joven dejó caer una Menorá- Candelabro- de Janucá que había estado sosteniendo contra su pecho. El soldado recogió la Menorá. El muchacho intentó agarrarla, “Déjela. ¡Es mía!” W. notó que el niño estaba profundamente asustado y le aseguró que estaba entre amigos. “Soy judío”, le dijo al joven. El muchacho que había sobrevivido el campo de concentración, desconfiaba de todos los hombres en uniforme. Había sido obligado a mirar la ejecución de su padre. No tenía idea de lo que le había pasado a su madre.

El soldado W. mostró mucho interés por el bienestar del joven. El muchacho, David, se sintió más cerca del soldado americano. W. se ofreció a traer a David a los Estados Unidos, a Nueva York dónde él vivía. David aceptó y W. hizo lo necesario para adoptar a David. El Sr. W., era activo en la comunidad judía. Un conocido suyo, un curador del Museo judío de la Ciudad de Nueva York, vio la Menorá. Él dijo a David que era muy valiosa, una reliquia de la judería europea, y merecía compartirse con la Comunidad judía entera. Ofreció a David 50,000 dólares por el Candelabro. David se negó, dijo que la Menorá pertenecía a su familia desde hacía más de 200 años y por ningún dinero la vendería. Cuando llegó Janucá, David y el Sr. W. encendieron la Menorá en la ventana de su casa. David fue a su cuarto para estudiar y el Sr. W. se quedó en la sala junto a la Menorá.

 

La quietud de la casa fue interrumpida por un golpe en la puerta. Sr. W. salió para ver de qué se trataba. Una mujer que hablaba con un fuerte acento alemán, estaba ante él. Parecía agitada y se excusó por estorbar. “Caminaba por la calle y vió la Menorá en la ventana”, explicó. “Teníamos una Menorá así en Europa” dijo con dificultad. “Nunca vi otra igual. ¿Podría verla más de cerca?” El Sr. W. la invitó a pasar. Dijo que la Menorá pertenecía a su hijo adoptivo, quien podría decirle más sobre la Menorá. W. llamó a David para que le contara más a la mujer sobre la historia de la Menorá. A la luz mística de la antigua Menorá de Janucá, David se reunió con su madre.

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"Moshé recibió la Torá en Sinái. Y la transmitió a Iehoshúa, y Iehoshúa a los Zeqením, y los Zeqením a los Neviím, y los Neveiím la entregaron a los hombres de la Gran Asamblea" (Tratado Avot).